EL LIBRO DE LOS PANEGIRICOS
One can either see or be seen.
John Updike, Self-conciousness
No encuentro la noticia que me interesa, en el diario. Un anuncio más que busca enfermeros con buenas referencias para cuidar a un viejo enfermo, puede ser una solución, aunque provisoria, para mi problema.
Una mujer abre la puerta del departamento en la avenida Delfín Moreira y le digo que he venido por el anuncio. Ella me hace entrar.
Un salón enorme. Las ventanas están abiertas y se puede ver el mar allá afuera, muy azul. Grandes mierdas. Un hombre esta en la ventana y gira cuando entro. Viene en mi dirección.
"Es para cuidar a mi padre. ¿El señor tiene referencias?"
No tengo referencias; hace más de 20 años, cuando aún era un pendejo, cuidé a un viejo enfermo y en su casa leí decenas de libros y tuve mi primera experiencia sexual con una muñeca de goma que se llamaba GRETCHEN. Pero yo solo empujaba la silla de ruedas y limpiaba la caca. "Tengo buenas referencias", digo.
"Muy bien". El hombre mira el reloj. Me dice cuanto va a pagarme por mes, pregunta si puedo comenzar hoy mismo, que me paga un bonus; que a la noche tiene que viajar y tiene prisa. La mujer también tiene prisa.
"No tengo mis ropas", digo.
"Lo que no faltan en esta casa son ropas. Abra el armario y tome lo que usted quiera, aquí en este papel están las direcciones y los teléfonos del médico asistente de mi padre y de nuestro abogado. Si es necesario llame al médico, aunque seguro no va a hacer falta, mi padre tiene una salud de fierro. Los otros problemas, dinero o lo que fuera, háblelos con el abogado. Tiene también el teléfono de la farmacia y del mercado, basta con sólo telefonear, pedir entrega a domicilio y firmar las boletas. En este otro papel está lo que tiene que hacer como enfermero. No es muy complicado.
Cada tres días va a tener uno libre, en ese día una enfermera lo va a sustituir.
Entonces Ud. va a su casa a buscar sus ropas. Bien, creo que ha quedado todo aclarado. Alguna duda.
"No". Quiero librarme de él tanto cuanto él quiere librarse del viejo.
"Ah, ya me olvidaba, el nombre de mi padre es Baglioni, Doctor Baglioni.
Vamos para allá, a su cuarto".
Anduvimos por un corredor largo hasta el cuarto del viejo. El está acostado en una cama.
"Padre, este señor es su nuevo amigo, el señor..., ¿cómo es su nombre?
"José"
"El señor José. El va a cuidar del señor..."
El viejo tiene la cabeza blanca. Me mira. Rezonga que no le gusta que traigan personas a su cuarto cuando está sin su dentadura."
"El no es cualquier persona, padre, es José."
El viejo se pone la dentadura. Me mira.
El hombre se curva y da un beso en la frente del viejo. La mujer hace lo mismo.
En la puerta el hombre me da un fajo de dinero. "Tres meses adelantados. Es el bonus. ¿Alguna duda?"
"No".
La mujer suspira. Los dos, el hombre y la mujer, miran sus relojes. Olvidaron pedir mis referencias, no quieren perder más tiempo, van a viajar y deben estar atrasados. Voy hasta la puerta con ellos.
"Esta llave es la de la puerta. La roja es la del cofre. En el cofre están los remedios."
Salen
Leo las instrucciones. El cofre pesado, cuadrado, de acero pulido, está en el aparador. Abro el cofre, solo veo remedios dentro. Doy una vuelta por las salas de la casa. Abro los armarios de ropa. Todas las ventanas tienen rejas. Esta gente vive en un tercer piso. Y ponen rejas en las ventanas. Miedo al hombre araña. Una de las salas tiene las cuatro paredes ocupadas por estantes llenos de libros hasta el techo. Grandes mierdas. La casa del viejo de Flamengo también estaba abarrotada de libros que me dejaron deslumbrado, aunque eso fue en otro tiempo, cuando yo era un niño. La cocina es espaciosa, con un enorme hornallero eléctrico, horno microondas, multijugueras, exprimidores de fruta, heladeras y freezer llenos de cajas de plástico etiquetadas y armarios repletos de latas y cajas de comida. Aunque de acuerdo a las instrucciones, para cenar el viejo toma una sopa de legumbres y come un poco de gelatina. Además de la comida que está lista en el freezer, le debo dar un comprimido de Pankreoflat, uno de Ticlid y uno de Lexotan, 6 mg. Lexotan sé muy bien para que sirve. Como son muchas las cajas en el armario, de vez en cuando voy a tomar uno. Ticlid. Abro la caja y leo el prospecto. Me gusta mucho leer las instrucciones de los medicamentos. Ticlid es "un potente antitrombótico que contiene como componente activo una nueva y original sustancia, el clorhidrato de ticlopidina. Indicado en todos los casos que requieren una reducción de agregación y de la adhesividad plaquetaria". Pankreoflat tiene "como componentes activos Pancreatina triplex y dimetilpolissiloxan altamente activado mediante proceso especial".
Ocho horas. Ya calenté la sopa. Saco el viejo de la cama y lo siento en el sillón.
"Es la hora de tomar la sopa".
"No quiero sopa". Él está con todos los dientes de arriba y los de abajo.
"Entonces coma gelatina"
"No quiero gelatina."
"No quiere" "No quiero, estoy bien." Pero yo le obligo a tomar remedios.
Debe estar nervioso en este primer día, aunque el Lexotan va a reducir la tensión y su ansiedad.
Levanto al viejo del sillón sin esfuerzo. En vez de estar feliz en mi hombro, me mira como si me odiase. En la cama, conforme las instrucciones, le coloco un pañal descartable del que intenta deshacerse, aunque su delgadez hace que su resistencia sea muy pequeña.
"¿Usted sabe quien soy yo?", pregunta.
"Sé, el doctor Baglioni, no se preocupe."
Giro de la cuerda de la campanilla y lo pongo al lado de la cama, junto con el control remoto de la TV, conforme las instrucciones"
"Cualquier cosa, toque la campanilla"
Pongo la loza en la máquina. Saco queso de la heladera y me preparo un sandwich.
Mi cuarto es confortable, con un baño pequeño, televisión y un estante de libros. Si hubiera sucedido antes, yo examinaría libro por libro para ver si alguno me interesa; pero ni miro para el estante. El programa periodístico de la TV no da la noticia que me interesa. El viejo no me llama durante la noche; el Lexotan debe haber funcionado.
Veo el último programa de noticias de la noche. Nada.
Camino por la casa. Entro en la biblioteca, pero no leo ningún libro. Tomo un Lexotan del viejo, pero aun así no puedo dormir. Soy duro para dormirme.
A las siete de la mañana voy ver al viejo. El ya está despierto. Sigo las instrucciones. Primero lavo sus ojos con agua borricada. Luego saco el pañal que está sucio de orina y mierda. Limpio al viejo con una esponja, sintiendo una muy profundas nauseas. Le pongo un pijamas.
"Voy a traer un té con tostadas."
Un periódico había sido pasado por debajo de la puerta de la cocina. Abro el diario pero no encuentro la noticia que busco.
Pongo un poco de leche en el té. El toma una cuchara y come una tostada. Le doy un comprimido de Adalat Retard, "20 mg de Nifedipina", y otro de Tagamet, denominación comercial de Cimeditina SK&F. Después muevo al viejo desde la cama hasta el sillón, enciendo la tele. Dibujos animados. "Cualquier cosa, toque la campanilla."
Releo el diario. Nada. Voy al teléfono. Es preciso tener cuidado. Vuelvo al cuarto del viejo. Hay una extensión sobre la mesa de luz. Finjo que estoy arreglando la mesa y arranco el cable de teléfono de la cajita de la pared. El viejo me mira pensativo. Tal vez haya percibido lo que hice.
Prendo la televisión de la sala. Nadie atiende. Escucho una interferencia. "Pusieron vidrio molido in mi borscht" cuelgo, preocupado. Las líneas cruzadas me ponen nervioso. ¿Vidrio molido en el borscht? ¿Un código? Las personas expertas hablan en códigos por teléfono. Debería haber seguido escuchando. Intento nuevamente y nadie atiende.
Oigo la campanilla del viejo.
"Tengo una propuesta", dice.
Siempre que alguien me hizo propuestas resultaron ser grandes mierdas. "No puedo oír propuestas suyas."
"Abre aquel armario", dice el viejo.
El armario está lleno de habanos, cubanos, americanos, jamaicanos, holandeses, brasileños. "Yo no fumo", digo.
"Hay una caja de habanos Empire, ¿es así?". Una caja grande. Abre la caja"
La caja está llena de habanos grandes y gruesos como bastones de policía.
"¿Entonces?" Dice el viejo.
"Yo no fumo, y si fuese a fumar no fumaría uno de esos."
"Esa caja no, la otra."
"La otra caja está llena de billetes de 100 dólares". Grandes mierdas.
"No estoy interesado en ninguna propuesta" digo. Pongo la caja en el lugar donde estaba y cierro la puerta del armario
El viejo intenta agarrarme del brazo "Oiga, imbécil", me dice.
"Lo siento mucho. Cualquier cosa, toque la campanilla."
Nuevamente llamo del teléfono de la sala. Quien yo quiero no atiende.
"Pusieron vidrio molido en mi Porche." Es la línea cruzada. ¿Porsch? ¿Borscht? Maldito código. Borscht. Descuelgo.
Hora del almuerzo. Sopa de zapallito, sacado del freezer. Ziclid y Pankreoflat.
"Ud. nunca va a ser nadie en la vida", dice.
Durante tres días y tres noches cuido del viejo. El cada vez habla más.
"¿Sabe cuando descubrí que estaba viejo?, cuando se me empezaron a caer los pendejos y a nacer más pelos dentro de la nariz", me dice mientras paso una esponja por los huevos de él.
Los llamados telefónicos que hago no son atendidos. Después de la tercera línea cruzada paro de llamar. Ni los periódicos, ni la televisión dan la noticia que espero.
En el cuarto día llega la enfermera que me va a sustituir. Somos más o menos de la misma edad.
"Entonces Van se fue", dice ella.
"¿Que Van?"
"El señor Vanderley, el enfermero."
"No se nada."
"Cuando Van desapareció, ellos quisieron que yo lo sustituyera, pero yo dije que no podía dejar la guardia del hospital. Ellos saben que yo trabajo en el hospital."
En el departamento hay otro cuarto sólo para ella. Entra en el cuarto y surge, en poco tiempo, vestida con un uniforme blanco y limpio, con toca blanca, zapatos y medias blancas. De su cuerpo sale un perfume agradable.
"¿El doctor Baglioni está bien?"
"Está."
"¿Usted dónde estudió?"
"No es de su incumbencia", respondo.
"Controle su hora de llegada de mañana. Tengo que entrar a las nueve al hospital."
"No se preocupe."
"Van se atrasaba siempre."
"Yo no me atraso nunca."
"¿Esa ropa es suya?"
Estoy con una camisa y un pantalón, que me queda corto, por las pantorrilas que elegí de un armario cualquiera de la casa. El tipo dijo que yo eligiera la ropa que quisiese. No tuve tiempo de ir a casa. La culpa es de Van, por haber huido."
"Mi nombre es Lou."
"¿Lou?"
"Lourdes. ¿Y el suyo?"
"José." Me acordé del viejo de Flamengo y de su silla de ruedas. "¿Por qué no tienen una silla de ruedas aquí?"
"El hijo del doctor Baglioni no quiere"
"¿Porque los remedios están en un cofre?"
"Es para que el doctor Baglioni no se mate"
"El no puede caminar solo"
"Antes de quebrarse el fémur él podía."
"Entonces las rejas de las ventanas..."
"Eso fue hace mucho tiempo, cuando él lo intentó por primera vez"
Salgo. Busco al portero. "Trabajo con el doctor Baglioni, del 3º piso. ¿Dónde está la conexión del teléfono?"
"¿Para qué?"
"El teléfono está descompuesto y yo quiero dar una mirada"
"¿El señor es técnico?"
"¿Me muestra dónde está la caja?"
Me lleva hasta una puerta de madera. "Es aquí. Pero yo no tengo las llaves"
"Es mejor conseguirla pronto, sino tiro esa puerta de mierda".
El sabe que no estoy jugando. Las personas siempre saben cuando no juego. Me da las llaves.
"Puede retirarse que luego yo cierro"
Es fácil identificar los cables del departamento del Dr. Baglioni. El edificio tiene apenas un departamento por piso. Ninguno de los teléfonos están "pinchados", allí en la caja. Pero tiene otros lugares donde eso puede suceder. Qué joda.
Devuelvo las llaves al encargado. Paro un taxi. Llevo en el bolso el fajo de dinero que me dieron. El otro bolso esta cargado de fichas de teléfono. Ya decidí el hotel para donde voy, uno que está en la calle Buarque de Macedo, en Flamengo. Nunca estuve ahí. No paro dos veces en el mismo hotel. En el camino compro un bolso pequeño, seis calzoncillos, seis camisas, un pantalón, crema de afeitar y maquinita descartable.
Un hotel ordinario, sin teléfono en el cuarto, pero eso no me incomoda, teléfono en el cuarto de hotel es peligroso, el telefonista se distrae oyendo conversaciones de los huéspedes. Cierro las cortinas del cuarto y me acuesto, después de tirar los zapatos. Paso el día tirado en la cama.
De noche salgo, para telefonear de un publico. Nadie atiende. Compro un sandwich de queso y una lata de Coca Cola y vuelvo para el hotel. Me siento en la única silla del cuarto. Espero sentir hambre para comer el sandwich y tomar Coca Cola.
Por las rendijas de la cortina comienza a entrar luz del día. Tomo un baño y me afeito. Pago el hotel y salgo. Paro un taxi.
Intento abrir la puerta del departamento del viejo y no puedo. Un cerrojo sostiene la puerta del lado de adentro Toco el timbre. Lou abre la puerta del departamento. El uniforme de Lou no tiene una arruga. O estuvo la noche entera de pie o se puso un traje nuevo. Siento el perfume del uniforme y de su cuerpo.
"Yo le di leche, el Adalat y el Tagomet. Le di un baño, lo perfumé, le arreglé la barba y le corte los pelitos de la nariz. Vos no le pusiste perfume."
"No está en las instrucciones que el tipo me dio"
"Tiene que cortarle los pelitos de la nariz, los pelitos crecen mucho y además a él no le gustan los pelitos de la nariz."
"No está en las instrucciones."
"A la tarde no le has dado la leche con Meritene. Y no te olvides del Seloken. Está en las instrucciones; Seloken, inhibidor de los receptores adrenergéticos localizados principalmente en el corazón.
"Y se me escapó. ¿Como es que sabes que yo no le di eso a él?"
"Sabiendo."
Ella entra en su cuarto, se cambia de ropa. Jeans, zapatillas, camiseta Hering, mochila.
"¿Dónde está tu uniforme?"
"Le dije al tipo que no iba a usar uniforme. Mirá, no te metas en mi vida."
"Es antihigiénico trabajar sin uniforme. Otra cosa. ¿Fue Ud. quien arrancó el cable del teléfono del cuarto?"
"Fui. ¿Para qué ese teléfono? Sólo sirve para incomodar el viejo."
"Tal vez Ud. tenga razón", dice ella, antes de salir.
"Buen día", le digo al viejo que está en el sillón vestido con pijama rayado. Siento el olor a perfume.
"Hay una planta en el desierto de Namibia que vive mil años alimentándose apenas del rocío de la mañana", me dice.
Grandes mierdas. Enciendo la TV. "Cualquier cosa, toque la campanilla"
Teléfono de la sala. Nadie atiende. Esta vez no hay líneas cruzadas, o ellos están quietos, para oír lo que los otros dicen.
Suena la campanilla.
"¿Sí?"
"Apaga la TV y colóqueme en la cama. Estoy cansado."
El esta en la cama, extendido, de piernas cruzadas.
"Abre el cajón del armario. Toma el libro que está adentro".
El libro, de tapa dura, presenta su retrato en la tapa, veinte años más joven.
"Gustar tanto de los libros como de las mujeres no es un indicio terrible"
Le doy el libro. "Cualquier cosa, toque la campanilla"
"Espere. Sabe cuando me di cuenta de que me volví un viejo. Cuando comencé a gustar más de comer que de coger. Ese es un indicio terrible, peor que el de los pelitos que te salen de la nariz. Ahora ni siquiera me gusta comer", dice.
"A mí tampoco me gusta comer. Cualquier cosa toque la campanilla"
"Lea este libro", me dice.
Tomo el libro con su retrato en la tapa. "Cualquier cosa, toque la campanilla", repito.
Leo el libro en mi cuarto. Es una serie de testimonios sobre el viejo, de amigos, colegas de profesión, hombres importantes diciendo cuán formidable fue. Todos hablan de las mismas cosas sobre la inteligencia, la generosidad, la cultura, el espíritu público del Dr. Baglioni.
En la hora del almuerzo el viejo no me habla del libro. A la tarde le doy la leche con Meritene. En la cena me pregunta por el libro.
"Leí"
"¿Entonces?"
"¿Entonces qué?
"Quiero su opinión"
"Pienso que es una mierda. Un montículo de baboserias"
"Iba a morir y mis amigos resolvieron publicar el libro. La culpa fue mía" Se sacó los dientes. Empezaba a tener intimidad conmigo. "Estoy con sueño. Luego me recuerda de conversar acerca de esto. No se olvide. Quiero hablarle de eso."
Lo coloco en la cama. Extendido y de piernas cruzadas.
Llamo desde el teléfono de la sala hasta que al fin atienden.
"Soy yo" digo.
"¿Dónde te has metido?"
"No puedo hablar. Mira--."
"Ellos siguen el brillo del relámpago".
Puta mierda, es la línea cruzada.
"Hay una línea cruzada. Voy a cortar."
"Dígame dónde está que yo llamo a la vuelta. Tengo que salir."
"Ellos esperan pelo arco iris." La mierda de la línea cruzada.
"Deja que yo llame." Cuelgo el teléfono y voy al cuarto del viejo. Está dormido. Si salgo por diez minutos, él no se va a despertar en ese tiempo.
Del teléfono público de la calle llamo nuevamente. Toca y nadie atiende.
Estoy en mi cuarto de vuelta.
¿Será que es una línea cruzada? Las palabras son en código. La voz del relámpago era parecida a la del borscht porche bosche, aunque tal vez no lo fuera. Bien yo no tengo prisa. Nadie sabe dónde estoy. Tomo un Lexotan del viejo.
En el día siguiente, después de limpiar las partes del viejo y de lavar sus ojos con agua borricada, y de darle su té con leche y tostadas y el Adalat y el Tagamet:
"¿Ud. ya se dio de cuenta cómo se siente un sujeto que planea un libro de panegíricos para ser publicado después de su muerte y que al final no muere?"
"¿Cuál es el problema?"
"Mientras agonizaba, un amigo mío precipitadamente distribuyó los 2 mil ejemplares del libro, que no me mostraron porque yo estaba muriendo, diciendo qué gran pérdida era mi muerte, inflándome de elogios. Mismo si mi libro fuera bueno, que no es lo caso, yo hubiera tenido que quedar constreñido, yo no me morí, entendió"
"Entendí. El señor fue mismo el mejor abogado brasileño."
"Esa es otra idiotez del libro. Nadie es mejor en nada. Yo era un abogado que sabía ganar mucho dinero, en una época en que los economistas no tenían todavía asumido el poder".
"Existen cosas peores que tener un libro idiota escrito sobre nosotros."
"Sí, sí, existen. Por ejemplo, el esperma de un sujeto cuando queda finito como agua. Pero no consigo olvidar ese libro ridículo. Más de la mitad de los libros fueron a parar a negocios de libros usados. Mandé a un amigo a comprar todas las copias, lo que me costó una insignificancia; estaban olvidados. Destruí todos aquellos que conseguí ponerles las manos encima. Pero hay otros, desparramados por el mundo."
Su voz esta asfixiada.
"Después el señor me cuenta el resto."
"Me vas a escuchar, ¿no?. Me parece que eres un tipo inteligente. Para ser enfermero."
"Mañana, ahora descansa"
Después del café, después del almuerzo y después de cenar, siempre en esas ocasiones, me agarra para hablar de su vida. Divaga un poco, aunque es fácil seguir lo que dice, basta con unos pequeños arreglos.
Los dolores de cabeza surgieron de un día para el otro. Tan fuertes que los analgésicos comunes no conseguían aliviarlo. Los médicos que lo examinaron hicieron el diagnóstico y sugirieron que obtuviera otras opiniones. En el exterior confirmaron la enfermedad. El viejo tenía 6 meses de vida, un poco más, un poco menos.
Su mayor miedo siempre fue morir súbitamente sin poder revisar los papeles que debían ser destruidos, sin premiar a quien debía ser premiado o punir a quien debía ser punido, sin poder disponer de sus bienes de manera que fuera justa. Saber que tenía seis meses de vida fue una especie de consuelo. Se confesó con un cura amigo y fue absuelto de sus pecados. El profesaba una buena y compasiva religión que daba a todos una oportunidad de salvación hasta el último instante. Siempre tuvo una gran capacidad de sufrir humillación, de soportar injurias, de enfrentar y vencer obstáculos. Después que se vengara de aquellos que lo habían ofendido, de la manera más absoluta y plena posible, y siempre lo lograba, él se daba el lujo de perdonar. El perdón después de la venganza. Así, entre sus últimas disposiciones el talión ocupaba un lugar importante. Sí, la venganza era un pecado, pero en el último momento él se arrepentiría y sería perdonado. El cura le decía que el arrepentimiento no tenía hora cierta para entrar en el corazón de los hombres, siempre que fuese verdadero. El viejo sabía que se arrepentiría genuinamente después de aniquilar sus enemigos y que moriría redimido, en condiciones de enfrentar lo que viniese después de la muerte.
En el año anterior, antes del diagnóstico médico, fue elegido hombre del año en una importante revista semanal y le confió a su antiguo amigo Sampaio, con quien había fundado el mayor estudio de abogacía del país, que le gustaría parar para escribir su biografía. El comenzaba a sentir que estaba viejo y le no quería que la posteridad lo olvidase. Sampaio dijo que eso podía quedar para más tarde, había mucho que hacer en el estudio. Y alegó, ciertamente con razón, que la vida del viejo no tenía material para una biografía que pudiese interesar a los otros. El tal Sampaio sabia que existe mucha gente que piensa que su vida es muy interesante, pero no lo es. Otros piensan que sus vidas son una mierda, y lo son.
Lou llega cuando el viejo está sentado en el sillón contando su vida. Yo no cierro la puerta con el cerrojo y ella entra y nos sorprende conversando. Al verla, la cara del viejo se alegra. Parece dudar entre tener la compañía de ella o la mía, ahora que me torné en una especie de confidente. Lou dice que se va a poner el uniforme. Voy tras ella.
"¿Cuál es el asunto qué dejó el doctor Baglioni tan entusiasmado?"
"Su vida"
"¿Eso mismo? Mire Ud."
Entra en el cuarto.
Vuelve brillante, almidonada, perfumada.
"Voy a tomar un baño", digo.
Está en la puerta de mi cuarto cuando salgo.
"¿Tomaste algún Lexotan?"
"Tomé."
"Hum."
"Voy a telefonear antes de salir."
Esta vez la campanilla del teléfono suena apenas 2 veces y atienden. Es una voz extraña
"¿Quién habla?", pregunto
"¿Con quién quiere hablar?"
Mi oído late. Siempre que me siento en peligro mi oído late. Cuelgo el teléfono, sin saber qué hacer.
"¿Te incomoda si me quedo aquí esta noche, durante tu turno?
"Sí no te metes en mí trabajo...", dice ella.
Me quedo en mi cuarto, acostado. Allá afuera esta volviéndose cada vez más peligroso.
Lou golpea la puerta. "¿Quiere cenar alguna cosa?", pregunta del lado de afuera. El día pasó rápido.
"No, muchas gracias", grito de adentro.
"Le traigo al cuarto."
"No tengo hambre. Muchas gracias."
Lou golpea la puerta, "Quiere tomar café?" La noche pasó rápido. "Ya voy", grito.
"¿Dormiste vestido?, pregunta Lou, en la mesa del café.
"No tengo pijama".
"Ni uniforme".
"¿Estás casada?"
"¿Para qué querés saber?"
Estaba pensando en tu marido".
"No tengo marido."
"Sujeto de suerte. Ese que no se casó con vos".
"Graciosito Y vos ¿te casaste?"
"Estuve casado con Gretchen."
Lou se arregla el cabello por debajo de la toca de enfermera,
Tiene muchas cosas en la mesa. Tomo té con leche y tostadas.
"¿Está haciendo la misma dieta qué el Dr. Baglioni?
"No siento hambre por la mañana."
"Estás muy delgado. Voy a pensar que tenés SIDA.
"Tengo."
"Esa broma no tiene gracia."
"Gracias por el té" Tengo ganas de preguntarle cuál es el perfume que usa, pero se fue de la mesa. La campanilla del viejo suena.
El está afeitado, lavado y perfumado. "¿La señorita ya se fue?"
"Está terminando de tomar su café."
"Cuando se vaya, ven aquí. Tenemos que conversar."
* * *
Sampaio tenía razón. El viejo no tenía capacidad para escribir su propia biografía. Estuvo casado con tres mujeres celosas y le tuvo miedo a todas, más de la primera que de la segunda y de esta un poco más que de la última. A la hora del almuerzo era perfecta para que se diera sus escapadas sin que la mujer con quien estaba casado desconfiase; mínimo dos veces por semana, durante más de 30 años, estuvo inventando para la secretaria un almuerzo de negocios para poder meterse en la cama de otra mujer sin crear sospechas.
Su última mujer era la más sosegada de todas. El siempre se casaba con mujeres pobres. En su primer casamiento él también era pobre, pero en el segundo ya era un hombre muy rico y la mujer era una joven suburbana astuta y sin escrúpulos. Hay hombres que no pueden ser humillados, no porque no sientan las humillaciones, sino porque se sienten encima de ellas. Así, los vejámenes a los que esa segunda mujer se sometió habían sido administrados con frialdad. El se acostaba con ella a la noche imaginando la manera de hacerla volver para el ostracismo de la pequeña clase media de donde él la sacó. Fingió, hasta cuando le interesó, que no sabía de los amantes de su mujer e inclusive hasta se divirtió con el último de ellos, un gigoló que se decía metopomancista, llamado José de Arimateia, probablemente un nombre falso.
"¿Metopomancista? ¿Que mierda es esa?, preguntó.
El viejo sabe la razón de porqué razón recuerda a ese individuo de entre los varios amantes que le conoció a su segunda mujer. Arimateia le dijo, en el día en que lo conoció, en una cena en su casa, promovido por la segunda mujer para presentar a ese señor a la sociedad, que no era un cartomántico, un quiromante, un charlatán, sino un científico que estudiaba el carácter de las personas por las líneas de la frente y hacía proyecciones; que algunos llamaban aquella ciencia erradamente metoscopía y, que además de que era etimológicamente incorrecto, recordaba datiscopía, endoscopía y otras oscopías menos transcendentes. Y Arimateia le preguntó si él, el viejo, sabía por qué las mujeres eran más misteriosas que los hombres.
"¿Sabe lo qué el charlatán me dijo?, que las mujeres son más misteriosas que los hombres solo porque esconden las arrugas de sus rostros. Y el cretino me enseño una lección. Yo nunca vi, hasta casarme, el rostro de mi segunda mujer sin que estuviese cubierto por un elaborado maquillaje, el mismo maquillaje que usaba cuando fue electa miss Nueva Iguazu Country Club y que ella creía que le daba un sutil aspecto y suavemente exótico de una actriz de teatro japonés."
En el medio de la historia el viejo tubo un ataque de asma. Tomo el frasco de spray para el asma y le hago una aplicación en su boca. Está en las instrucciones. Como el ataque no pasa, le meto dos supositorios de Eufilin infantil. Está en las instrucciones. Lou me explicó que antiguamente había un Euphylin con ph y dos ll, un broncodilatador para adultos, pero acabaron con ese remedio y siguieron con Eufilin simplemente para chicos, aunque criaturas y viejos son la misma cosa.
"Ahora descanse un poco. Cualquier cosa toque la campanilla" Dejo el viejo en la cama, extendido de espalda y con las piernas cruzadas.
Lou está vestida con otro uniforme, el callejero, pantalones Jeans, zapatillas, camisa Hering, mochila. Espero que salga y voy al cuarto del viejo. Continua en la misma posición, los pies cruzados. Abro el armario, tomo la caja de habanos. Los dólares están ahí.
"¿Cambió de idea?", pregunta el viejo.
"No, vine a ver si el dinero continuaba aquí."
"Ella es honesta. Tratala bien. Yo preciso más de ella que de vos." La voz del viejo todavía no está normal.
"Descanse un poco más."
"Quiero ir a la biblioteca."
"Después del almuerzo "
"Quiero ir ahora."
"Sigo las instrucciones."
"Vete al infierno, las instrucciones."
"Cualquier cosa, toque la campanilla."
Necesito hacer un llamado, pero no puede ser desde la casa. Voy a terminar descubriendo desde donde llamar. Tiene que ser de un público de la calle, pero no puedo ir ahora, con el viejo con un ataque de asma.
Recorro la casa. La campanilla suena.
"No quiero quedarme solo", dice el viejo.
Lo siento en el sofá del cuarto. "Voy a quedarme aquí, pero el señor se va a quedar callado, ¿está bien?"
Cierra los ojos. Abre los ojos, me mira. Cierra los ojos. Abre. Cierra. Duerme. Dormido me hace acordar a un perro que tuve cuando era chico.
Me tiro en el sofá. Siento el olor de Lou, ella se debe tirar allí durante la noche, vigilando al viejo, como una buena enfermera. ¿Cómo es que su uniforme no se arruga, ni un doblez, ni un pliegue, ni una pequeña ondulación?.
Después del almuerzo cargo al viejo en el hombro y lo llevo a la biblioteca. Yo debía hacerlo caminar hasta allá, pero tiene miedo de apoyar en el piso la pierna que se quebró en la que le pusieron una prótesis de metal; entonces caminaba descoyuntado, enclenque, parece que se va a caer en cualquier momento. En la biblioteca hay un sillón grande, donde acomodo al viejo. Enciendo la luz de una lámpara alta que está al lado del sillón.
"Agarre aquel Macauley, de tapa colorada", dice él. "Ahora a mi me gusta leer los viejos historiadores. Burckhardt, Gibbon, Mommsen. Leo sin anteojos, ¿sabe?"
Encuentro el libro. Lo saco del estante y se lo doy.
"¿Usted consigue leer esta letra chiquitita?"
El libro está escrito en inglés. "Consigo."
"Entonces lea."
"He was still in his novitiate of infamy", leo.
"¿Usted lee inglés?"
Grandes mierdas. "Soy un buen enfermero" digo, aunque el no percibe la ironía.
"Macauley está hablando de Barère."
"Puedo dar una vuelta rápida?
Eso no está en las instrucciones", dice el viejo. "Estoy bromeando. Puede ir."
"Cinco minutos"
Chequeo sí el cofre de los remedios está bien cerrado, cautela nunca está de más. Salgo. Llamo de un teléfono público.
"¿Dónde se ha metido?"
"No interesa", digo.
"Necesito hablar con Ud."
"Hable."
"Usted mismo dice que por el teléfono es peligroso."
"Estoy hablando desde un público."
"Sigue siendo peligroso. Vamos a encontrarnos."
"Voy a pensar. Llamo después."
"Después puede ser demasiado tarde."
Cuelgo.
Compro el diario. Nada. Tiro el diario en un tacho de basura.
El viejo está caído en el piso, en medio de varios libros.
"Intenté conseguir el Burckhardt del estante y caí. Este libro de aquí." Muestra el libro que tiene entre las manos.
Siento al viejo en el sillón. Me da el libro. "Quiero que Ud. me lea un trecho de este libro."
Agarro el libro. "No leo alemán."
"Ah, ah", dijo él. "Yo leo para vos."
Traduce mientras lee, sin dudar. Es la historia de un general y dos habitantes de una ciudad que el general liberó de los enemigos. Todos los días ellos se reunían para ver de que manera podían premiar al general, pero nunca encontraban una recompensa digna del gran favor que él le hizo. Finalmente uno de ellos tuvo una idea. Matar al general y entonces adorarlo como santo patrono de la ciudad. Fue lo que hicieron.
"¿Entendió?"
Grandes mierdas. Hace mucho tiempo que deje de darle importancia a lo que se lee en los libros.
"Encuentro su vida más interesante."
"¿Ud. cree eso mismo? Tira el libro en el piso y retoma, alegremente su historia.
El metopomancista le enseñó una lección. Así, al conocer su tercera mujer, la primera cosa que el viejo le pidió fue que se lavara el rostro. Es por atrás del maquillaje, porque también esta mujer suya se maquillaba con perfección, él descubrió trazos de melancolía, de tristeza y de muerte, que habían hecho que él gustase más de ésta de que todas las otras. Aunque continuó teniendo aventuras amorosas, eran mucho más excitantes cuando estaba casado. Tal vez por eso se haya casado muy joven y haya quedado soltero tan poco tiempo, entre una esposa y otra.
Cuanto más dinero ganaba, cuanto más poder ejercía, mayor era su deseo por las mujeres. Celebró, cogiendo, las nominaciones para Magistrado Supremo de la Nación y ministros del Supremo, la influencia que ejerció en las elecciones de todo tipo que manipuló, hasta para pleitos mundanos, como los de la Academia de Letras y de Medicina. Un día, en febrero, un mes después de cumplir setenta y nueve años, al conseguir la nominación de un ministro cretino que casi derrumbó al gobierno, él prefirió ir a almorzar con un abogado del estudio, desmarcó un encuentro con una bella mujer, que había dado mucho trabajo para convencer de ir a la cama. Hacía algún tiempo que le gustaba comer y beber en cantidades cada vez mayores; intentó, inútilmente, impedir el aumento del diámetro de su cintura con tés y con píldoras homeopáticas y masajes diarios por la mañana, antes de ir para el estudio. La protuberancia flácida de su barriga, la panza larga y cuadrada; los pechos caídos que si no estuviesen cubiertos por pelos podrán parecerse a los de una mujer vieja; el pene que se quedó fino, chico y blando, cada vez más parecido a una tripa congelada y vacía; todo eso ya venía hace algún tiempo exigiéndole algunas cautelas en los encuentros amorosos. Evitaba cuartos con espejos, principalmente en el techo: las mujeres cuando fornican en cuartos con espejos en los techos se quedan alucinadas con el reflejo del propio cuerpo, pero en ciertos momentos miran también al del compañero. Así, las luces debían estar apagadas, la penumbra era lo máximo de claridad aceptable que podía haber en el cuarto; en el acto de sacarse y ponerse la ropa tenia el buen criterio de oportunidad a ser obedecido, un momento cierto de sacarse la camisa, los pantalones, los calzoncillos, de entrar en la cama y de salir de la cama; la distancia cierta entre él y su compañera tenía que ser rigurosamente establecida, cuanto más cerca mejor. Y después del sexo era necesario impedir que la mujer notase que su acabada era escasa y tan poco espesa como leche C aguada. Era preciso dejar la bañadera preparada y conducir luego a la mujer para allí, y lavarle la concha fingiendo que eso era un gesto de cariño sumiso. Coger demandaba una rigurosa escenificación, una extenuante marcación teatral. Para no hablar de los problemas de variada naturaleza que cualquier mujer que va a la cama con un hombre le crean a él.
En un febrero caliente y húmedo, en vez de buscar nuevas mujeres, empezó a pensar en las que ya había tenido; o a imaginar, apenas a fantasear, cómo sería copular con las mujeres bonitas con las que se cruzaba en las cenas sociales, sin por eso tener que envolverse con ellas, satisfaciéndose apenas con conversaciones maliciosas, seductoras y por eso inocuas.
"Siempre quise morirme despacio, sin prisa. Mi mayor pavor en la vida fue siempre morirme súbitamente, sin poder organizar mi vida."
"Ya me dijo eso. Se está repitiendo. Será mejor que descanse un poco."
Cargo al viejo en el hombro y lo llevo para el cuarto. Le doy dos Lexotan. Imagino que soy él, mientras espero que el viejo se duerma. Le meto los dedos en la nariz y no encuentro pelos en sus fosas. No veo pelos saliendo por la nariz, Lou tiene que habérselos cortados. Tengo que revisarme los mios.
El tiempo está pasando, tengo que actuar, hacer alguna cosa, no será por el teléfono, puede estar pinchado. Si consiguiese descifrar aquellos códigos; el vidrio molido en el borscht, los sujetos orientándose por el trueno, ¿qué mierda sería aquello?
El viejo duerme. Chequeo el cofre. Salgo para la calle. Llamo por el teléfono público.
"Precisamos vernos."
"Todavía no", digo, "pusieron vidrio molido en mi borscht."
Espero la reacción del otro lado.
Silencio.
"Ellos se orientan por el trueno."
"No estoy entendiendo."
"Por el brillo del relámpago"
"Continuo sin entender. Precisamos vernos."
Cuelgo.
En el día siguiente el viejo se levanta somnoliento, abatido, apagado. Dos Lexotan de una vez es demasiado para él. No siente hambre y no me cuenta la historia de su vida.
Llega Lou. Pregunta como me fue con el viejo. No menciono los dos Lexotan.
Gusto del perfume de su cuerpo. Cuando Lou se ríe se le ve un poco de sus encías, una carne colorada y saludable. Ella, mirada sin preconceptos, es bonita. Pero hoy, sacando el perfume, ella no parece estar bien, y no es apenas preocupación con el viejo. Algo le sucedió. Mientras ella se va a cuidar al viejo preparo café para nosotros dos. Sé que a Lou le gustan las tostadas con jalea de frambuesa y café con leche.
"Vamos a hacer las paces" digo
Lou absorbe, pensativa, un pequeño trago con la cuchara. "Con vos no estoy peleada."
"Hice las tostadas como a vos te gustan, con frambuesa."
"Muchas gracias", dice, intentando sonreír. Le da, apenas una mordida a la tostada.
Le digo que hoy también me voy a quedar en la casa. Ella nuevamente me dice que no se incomoda. Voy para mi cuarto.
A la hora del almuerzo, pregunto como está el viejo y Lou responde que ahora está bien.
Paso el día en mi cuarto y salgo solo dos veces para comer alguna cosa. En una de las veces la sorprendo llorando, pero finjo que nada vi.
A la mañana continua triste y me dan ganas de abrasarla y besarla. Lou se va sin que consiga decirle una palabra de ánimo.
El viejo como siempre después de ser tratado por Lou, está alerta, además de limpio y perfumado.
"Siéntate ahí y oye", dice el viejo.
Cómo él sentía muchos dolores, en la ocasión en que pensaban que iba a tirar las botas, los médicos le aplicaban inyecciones de morfina. Era bueno tomar morfina. El dolor pasaba y él volvía a tener 30 años de edad y a bucear en las calmas aguas de una playa del Nordeste, protegida por arrecifes que serenaban y aquietaban las olas. Mientras viajaba en esas saladas aguas curativas venían a su mente escenas con mujeres que había tenido, las otras, no las esposas, que él recordaba como si estuviese en un teatro. Solange, sentada en la cómoda del apartamento del Plaza Athénée, las piernas dobladas de manera que los pies también se apoyasen sobre el mueble; él enfrente de ella, las cabezas a un mismo nivel y el pene, sin precisar ser guiado por su mano o por la de ella, encontrando su templado encaje. Sara por quien esperaba desnudo, caminando de un lado a otro en el departamento; y cuando ella llegaba arrancaba con furia la ropa que usaba y comenzaba a poseerla de pie, en la sala de entrada. Sonia en la lancha durante una tempestad en mar adentro, los dos imaginando que morirían tragados por las aguas en cuanto subían hasta la cabina. Silvia, la mejor amiga de su primer mujer, cogiendo con él en la sala de visitas mientras su mujer se duchaba en el baño del piso de arriba. La morfina lo hacía recordar a las mujeres por grupos de nombres que comenzaban con la misma letra. El otro día eran Martha, Myrthes, Miriam. Después, Heloisa, Helga, Hilda. El se había cogido todas las letras del alfabeto.
Ahora no le da placer recordar sus proezas libidinosas; sólo le resta una alegría que podría llamarse de erótica pero que prefiere considerar estética. Pero eso él no me cuenta, lo sabré después.
"Pero no he muerto. ¿Entiende? Yo me vengo de mis mujeres, de mis enemigos, de algunos por lo menos, y por una ironía del destino terminé castigándome a mí mismo con ese grotesco libro de halagos, sufriendo un castigo aun mayor de los que aquellos que los otros me infringían."
El fue invitado y aceptó participar de todas las grandes fiestas que ocurrieran en el país, de todos los banquetes de inauguración presidencial, de todas las bocas-libres de lujo; aparecía por lo menos una vez por semana, en las columnas sociales de los principales diarios de Río y San Pablo. Un idiota había contado eso con lujo de detalles en el libro de los panegíricos. Otro escribió sobre los viajes que hizo, sobre el beso en la mano del Papa. Todas esas grandes mierdas.
"Pasaré a la historia como un arribista disfrutable"
"¿Cómo se vengó de sus mujeres?"
"De una de ellas, viéndola con placer morirse de cáncer. De otra, mandándola a matar. Ella había sido mis Guadalupe Country Club"
"El señor dijo dice antes que ella fuera miss Nueva Iguazú"
"Guadalupe. Cuando ella tenía acceso a caviar gratis, comía como un chancho, sabiendo que le causaría una fuerte diarrea. Mentía inclusive hasta cuando decía que había leído El Principio. ¿Usted cree que soy un monstruo?
"No sé"
"Un día llegué a casa inesperadamente y ella estaba en la cama con un sujeto que decía estar enseñándole historia del arte. Lo deje pasar. Pero cuando el profesor de tenis la abofeteó en la cancha del Country Club por celos de otro amante, aquello fue demás. Es fácil mandar a matar una persona cuando uno tiene poder y voluntad. Pero además si uno es alguien que tiene en su árbol genealógico cardenales, condottieres, artistas y mafiosos, como yo. ¿Ya oigo hablar de los Bangliones, de Perújia?. Siglo XV, Italia. Son mis antepasados. Están en Burckhardt."
Grandes mierdas. "No. ¿Es la tercera? Aquella que no usaba maquillaje y que por las arrugas del rostro sabías que era una buena persona."
"Ella se mató. Sobre eso no quiero hablar. La culpa fue mía. Hay pecados tan grandes que sólo pueden ser punidos con la absolución."
"¿Y usted se siente perdonado?
"Infelizmente."
"Veo que está sufriendo, con ese perdón."
"Sufro más con ese indestructible libro que habla de mí con pena."
Entonces él repite una vez más que compró todos los libros que encontró y los destruyó, pero que sobraron muchos libros dispersos por Brasil y por el mundo, y habla del constreñimiento y de todo lo más.
Está muy cansado.
"Pienso que es mejor descansar un poco."
"Sí, después continuamos."
Me tiro en el sillón para vigilar al viejo además, para sentir el perfume de Lou. Duermo y sueño con ella. Pongo las mano por entre los botones de su inmaculada blusa blanca de enfermera y toco su pequeña teta. El sueño es solamente eso.
Por la mañana, mientras le doy un baño de esponja al viejo, pienso en Lou. Hoy es el día que ella viene. El viejo me hace nuevas confidencias, oigo las infamias que cometió, sus fanfarronadas ("cogí con la madre y la hija"), sus máximas ("las mujeres bien casadas dan los mejores amantes", "el poder aumenta el deseo sexual", "un hombre debe perder los dientes aun joven para que esa privación no interfiera con su líbido"). El se refiere, por la centésima vez, la frustración que sintió al prepararse para morir y no haber muerto.
"Los médicos me dijeron que yo podría quedarme tranquilo pues aún me quedaban seis meses de vida. Yo podía prepararme para morir y me preparé. Los idiotas de los médicos tardaron en descubrir que yo tenía una enfermedad que iba hacer de mí un inválido, pero que no me mataría. No voy a morir nunca".
"El señor ya me contó eso."
Quiero que Lou llegue pronto, el haber soñado con ella me dejó ansioso. No tengo paciencia para oír las historias del viejo. Me cae bien, pero apenas si tengo paciencia hoy.
Lou llega con su uniforme de calle, pantalones Jeans, camiseta blanca, cartera en el hombro, zapatillas. Continúa triste. Entra en el cuarto. Reaparece con su uniforme irreprensible. Le voy a decir que soñé con ella y que en el sueño le coloqué las mano por adentro de su blusa y le toque su teta. Pero como su rostro esta muy triste, pregunto antes: "¿Estás triste? ¿Qué pasó?"
"Mi novio me dejó."
Ella espera, tal vez, que yo diga alguna cosa, pero me quedo callado.
"Me cambió por otra mujer."
Como no digo nada, Lou se dirige para el cuarto del viejo.
Los diarios no dan la noticia que me interesa y no debo hacer llamadas telefónicas pues pueden descubrir mi dirección. Lo mejor para mí sería dormir en el departamento del viejo, pero creo que es mejor no quedarme solo con una mujer abandonada, es una cobardía. Digo a Lou que volveré antes de las nueve. Como siempre, voy a un hotel diferente, ahora el Apa, en la calle Barata Ribeiro. Como siempre, uso mi cédula de identidad falsa. En el cuarto me saco los zapatos y me tiro en la cama. Pienso en Lou. No dio para decirle que yo había soñado con ella; decir eso a una mujer recién abandonada es sucio. Salgo a la noche. De pie, en un bar de las inmediaciones, como un sandwich de queso y bebo una cerveza.
Duermo sentado en la silla del cuarto del hotel y sueño nuevamente con Lou, pero es una pesadilla, estamos en la cama y ella se transforma en Gretchen y escapa de mi abrazo como un de esos globos cuando están agujerados. Llega a hacer aquel ruido del aire escapando por el agujero.
Como siempre, la puerta del departamento del viejo está cerrada con llaves por dentro y tengo que tocar el timbre para que Lou abra la puerta.
El viejo se comporta de manera rara, pero no pido que ella me explique lo que eso significa. Siento su perfume. Ella me dice que hoy es el día que ella tiene que preparar mi desayuno, pero que no sabe lo que me gusta.
"Un café chico solamente está bien."
Lou no parece estar tan deprimida. Aún continúa triste, pero parece haber tomado una decisión, lo que siempre deja a las personas más seguras de sí mismas.
Durante el desayuno ella me observa.
"Vos nunca fuiste enfermero. Yo lo sé."
No es una recriminación. Es curiosidad.
"Hace mucho tiempo yo cuidé de un viejo en la playa del Flamengo. Mientras el viejo moría yo pasaba los días leyendo los libros de su biblioteca. Y las noches haciendo amor con una muñeca de goma."
"¿Una muñeca de goma? Que cosa más triste."
"Yo era un pendejo."
"¿Y a vos te gustaba la muñeca?"
"Yo era un pendejo solitario. Con Gretchen conversábamos"
"¿Qué paso con ella?"
"Reventó. Me dieron otra llamada Claudia."
"¿Otra muñeca de goma?
"Sí."
"¿Qué pasó con ella?"
"Dejé de ser un pendejo, me cansé de jugar con muñecas."
"¿Vos no estás jugando conmigo, o sí?
"No."
"Y ¿hoy? ¿Qué haces realmente?"
El timbre del cuarto del viejo interrumpe nuestra conversación.
"El viejo esta llamando. Hasta el miércoles", digo, echándola.
Voy a ver al viejo.
"¿La chica se fue?"
"Está saliendo"
"¿Habías conocido a otro asesino antes?"
"Sí."
"¿Y lo despreciaste?, ¿Lo odiaste?, ¿Le tuviste miedo?
"No."
"¿Y, ya mataste a alguien anteriormente?
"Sí."
"¿Y qué sentiste?"
"¿Y vos? ¿Que fue lo que sentiste cuando mataste a tu mujer?
"Nada al principio. Pero, como abogado y cristiano, sabía que matar a alguien, además de ser un crimen, es un pecado. Yo podía ir al infierno por eso. Entonces me arrepentí y confesé. Yo estaba arrepentido y fui absuelto. Yo voy a ir al cielo, ¿entendiste? Pues mi arrepentimiento fue genuino. La justicia divina tiene sutilezas que la justicia de los hombres no tiene. Pero no es el perdón lo que me procura angustia."
"¿Quiere que lo lleve a leer a la biblioteca?
"No. La verdad es que estoy pensando que Macauley es un idiota. Los otros, aunque tengan escrito cosas interesantes sobre mis antepasados, son también unos idiotas. Todo me está cansando. Ya no encuentro gracia en la desnudez de Lou. Heráclito decía que nada es permanente a no ser el cambio. Está en la hora de cambiar. Pero yo no quiero ir al cielo."
"Esto no es conmigo".
"Es con vos, sí."
"No quiero oír su propuesta."
"Tengo mucho dinero en aquella caja de cubanos."
"No me interesa."
"Por favor. Yo no quiero ir al cielo."
Súbitamente se larga a llorar. Su voz es fina y suplicante, como la del un chico. "Por favor, ayúdeme, yo no quiero ir al cielo."
Espero que pare de llorar.
"Esta bien", digo. "Por mí, se puede ir al infierno."
El me explica como puedo ayudarlo. Un vaso de agua y dos cajas de Lexotan. Cada caja tiene veinte comprimidos pequeños, color rosa. Nombre genérico bromazepan.
Pongo un vaso y una botella con agua y dos cajas de comprimidos en su mesita de luz. Está tirado, de piernas cruzadas.
"Desde un principio yo sabía que podría contar con Ud. Levánteme para que me quede recostado en la almohada."
"¿Usted tiene la certeza de que no quiere ir al cielo?
"Usted me entiende."
Los comprimidos de Lexotan son pequeños y él los traga de dos en dos, sentado, la espalda apoyada en la almohada.
"Yo ya quise vivir mucho tiempo, para ver como todos mis enemigos se morían. Pero cada vez que muere un enemigo Ud. se acuerda de la existencia de otro. Y te inventas otro. Nunca acaban."
Los cuarenta comprimidos son tragados con varios vasos de agua. La botella queda vacía.
El vuelve a extenderse en la cama, de piernas cruzadas.
"Tengo que morir solo."
Agarro la caja de cubanos con los dólares. Voy para mi cuarto.
Mucho tiempo después el timbre suena y voy al cuarto del viejo, pero no fue él quien tocó el timbre. Está inmóvil en la cama, de piernas cruzadas. El rostro, sereno, no es el de quien va al purgatorio o alguna cosa peor.
El timbre es de la puerta de la calle. Lou.
"Vine a terminar nuestra conversación. Puedo entrar?"
Me corro de su frente. Ella entra.
"¿El Dr. Baglioni?
"Esta dormido".
"¿Estás sorprendido porque vine hoy mismo? A esta hora?
"No mucho. Lleva el uniforme de enfermera."
Ella se va al cuarto. Oigo la alarma de un coche en la calle. Descuelgo el teléfono de la sala.
El uniforme blanco de Lou no tiene ni una arruga. Ella se aproxima a mí. Sus ojos castaños claros tienen una aureola verde en torno del iris. Delicadamente abro el botón de la blusa blanca de Lou y toco sus tetas. Lou cierra los ojos. Vuelvo a abotonar su blusa. Lou me mira como si supiera quien soy, como si no hubiera más barreras entre nosotros y ella ahora pudiese confiar en mí.
Agarra mi mano. Vamos para su cuarto. Siento el perfume. Ella se quita el uniforme. Yo me desnudo antes que ella, tengo menos ropa que sacarme.
En la cama ella habla cosas incomprensibles, mezcladas con gritos y suspiros. Ella se entrega con esfuerzo, ella quiere gozar.
Después se duerme, un brazo sobre mi pecho. Despierta, por un breve momento, y me pregunta, ¿"soy mejor que la muñeca de goma?", y yo contesto que sí.
Me quedo el resto de la noche despierto, pensando. Ya casi de mañana ella despierta. Se despereza.
"¿Querés más?", pregunta Lou tímidamente, sabiendo que eso la vuelve más seductora. No tengo voluntad pero digo que sí. Ella ahora está más tranquila y se entrega sin gritos, se nutre sin suspiros.
Lou va a tomar una ducha. Continúo en la cama, pensando. Ella viene desnuda del baño.
"¿Querés que yo te ponga el uniforme?"
"No. Me voy a poner otra ropa."
Lou tiene el cuerpo bonito cuando se mueve sin preocuparse por mi presencia.
"El viejo me dijo que ya no encontraba más gracia en tu desnudez."
"¿El dijo eso?"
"¿Vos te quedabas desnuda enfrente suyo?
Ella tarda en responder. "Yo me sacaba la ropa y él me pedía que yo caminase por el cuarto. Pero nunca me tocó. Era una cosa rápida. El se dormía enseguida. Una vez lloró. No, dos veces él lloró, pensando en la vida que llevaba. ¿Estás enojado?"
"No. Y cuando dormía te acostabas desnuda en el sillón y dormías también."
"¿Cómo lo sabes? ¿El Dr. Baglioni le contó?"
"Tu uniforme sin arrugas. El olor de perfume en el sillón."
"Tengo hambre", dice Lou.
Le preparo café con leche. Pongo jalea de frambuesa en la tostada.
"Caíste del cielo para mí", dice Lou masticando la tostada.
"El viejo esta muerto."
"¿Que?"
"El Dr. Baglioni esta muerto."
"Dios mío. Por que no me lo dijiste? El esta muerto y nosotros, nosotros haciendo aquello."
"El se mató. Tomó cuarenta comprimidos."
Lou se levanta y corre para el cuarto. Se curva sobre el viejo. El esta muerto y helado.
"Pobrecito", dice Lou.
"El me pidió quedarse solo."
Llevo a Lou para mi cuarto. Agarro la caja de cubanos llena de billetes de cien dólares.
"El me dijo para que yo te diera esto." Al menos ella desfiló desnuda en su frente, le dio las ultimas alegrías.
"Mataste el Dr. Baglioni", ella dice, con un suspiro profundo.
"Vamos, llevátelo."
"No quiero ese dinero."
"Tenés que aceptar. Fue su ultimo pedido."
Agarro la maleta, y pongo adentro mis cosas. Lou me mira, confusa.
"Llamá al médico, ese que tiene el nombre en las instrucciones, y decíle que por negligencia mía el viejo tuvo acceso a las pastillas. Yo te llamé y cobardemente dejé la bomba en su mano. No te preocupes. El médico le dará un certificado de deceso, el abogado se ocupará del entierro. El nombre del abogado también está en las instrucciones. Nadie se va a molestar con su muerte."
"Yo sí."
"Nadie más. No te preocupes. Perdóname por dejarte este trabajo. Tengo mis razones."
"¿Nos vamos a ver nuevamente?"
"No sé."
"Dame tu teléfono."
"No tengo teléfono."
Ella escribe en un papel la dirección y sus teléfonos, de la casa y del hospital. Me agarra, me besa en la boca. Me cuesta desligarme de su abrazo.
"Voy a llevarme ese libro." Agarro el libro de panegíricos.
"No me abandones", le dice Lou en la puerta.
En la calle, después de destruir la tapa y arrancar la mayoría de las hojas del libro, tiro todo a la basura. Mi homenaje al viejo.
Voy al Hotel Itajubá en el centro de la ciudad.
Me saco los zapatos, me acuesto y espero que la noche llegue.
FIN
02/05/98
TRADUCCION: PABLO CRISTIAN INSUA.
CORRECCION: CECILIA LARA VIZCAINO.