LA PARED SINIESTRA.

 

 

 

Capitulo 1

 

Nunca puede saberse con certeza cual es el comienzo real de cualquier historia, y diría que en este caso es aún más difícil precisarlo. Desde que la literatura es una convención sobre símbolos, y al mismo tiempo, o sobretodo un artificio, un todo creación donde manipulamos objetos o valores de la vida real, solemos confundir lo que es falso de lo verdadero, lo real de lo artificial.

En este intento literario, este relato se desliza por esos oscuros senderos donde se confunden situaciones que de alguna manera han tenido lugar, por cierto; pero que su ubicación temporal y geográfica son imaginarias e, incluso me atrevo a decir que algún que otro hecho ha sido incorporado arbitrariamente aquí y allá.

La historia a la que aquí me refiero, no tiene un comienzo real, concreto, visible; y su final tampoco podemos asegurar que es el real final del relato; acaso podrá continuar o podrá ser un interrogante que se constituya en un nuevo horizonte.

Para acordar ciertas pautas, digamos que mi historia comienza en un bar, sin advertirlo, a raíz de nuestro habitual encuentro con mi distinguido amigo al que llamaremos Luis de León. Habitual era nuestro encuentro en la nocturna y luminosa Buenos Aires, lo que aquella noche no fue habitual fue el sitio al que concurrimos.

Aquella noche, a diferencia de otras tantas maravillosas noches en las que compartíamos inagotables y distinguidas tertulias sobre el arte, la política, y sobre todo la interminable e infinita asignatura entre hombres: las mujeres; aquella noche, en lugar de concurrir a nuestro punto de encuentro habitual, fuimos invitados a la inauguración de un nuevo Café bar. En realidad es una sucursal más de una importante firma internacional que distribuye sus bares por el mundo entero.

La cena fue agradable y el ambiente por cierto era acogedor, pero sin embargo y curiosamente, esta noche no hubo ningún tema de conversación sobre el que mostráramos interés o alguna pasión; apenas alguno soltaba una sentencia, el otro asentía y se dejaba por concluido allí mismo. Algo, algo que no estaba en nosotros, pero que sin embargo nos provocaba cierto malestar, se interpuso en nuestra atención, y sobre todo en la aguda y fina percepción de mi admirable amigo Luis.

Se diría que se necesitaba, tal vez, un sentido más para descubrir la causa de aquel malestar; del que tampoco sabíamos de donde provenía ni cual era su fuente, origen o causa.

Cuando uno se encuentra en medio de un disturbio o de un caos generalizado, o en una catástrofe o en general, cuando algo extraño sucede en el ambiente, lo primero a que tendemos, casi antes de ponernos a salvo, si fuera necesario, es constatar, en el medio en el que nos encontramos el mismo malestar en los demás, buscamos en las miradas de nuestro entorno algún reflejo en el que nos podamos sentir aliados de nuestro sufrimiento.

Imaginemos que en medio de una misa muy concurrida, de pronto entre en medio de los feligreses surja una enorme sirena que nos deje sordos y aturdidos, nuestro primer acto reflejo y antes que nos llevemos las manos a los oídos sería observar que sucede a nuestro alrededor. Vaya sorpresa nos llevaríamos si notamos que nuestros amigos religiosos siguen escuchando atentamente la misa como si nada sucediera. Ante tal curiosa situación cabría acusar a nuestros católicos hermanos de aguda sordera o lisa y llanamente de locura. Tal vez la más acertada de las respuestas sería alegar nuestra propia locura, ya que las otras respuestas serían más que improbables, sino absurdas.

Algo de esto sucedía en aquel Café bar, sentía una muy rara sensación, que no podía explicar, pero que de algún modo buscaba constatar en las miradas de las personas que nos rodeaban, pero nada de eso sucedió. En lugar encontré total naturalidad, lo que suponía que me estaba convirtiendo en un lunático.

Cuándo todo aquello estaba girando dentro de mi cabeza, y en uno de esos grandes intervalos en nuestra conversación que aquel día ya era natural, aprovechamos para saborear del delicado plato que hubimos ordenado, entonces mi agudo amigo Luis dispara la incógnita.- Hay algo aquí que no es natural, hay un aliento, un susurro, una tenue luz, que me disipa dudas, en cierta forma me ahoga y me perturba en mis pensamientos, y muy bien se, querido amigo que tu sientes lo mismo.

Asentí con la cabeza y con el cuchillo apuntándolo hacia delante, pero antes que pudiera abrir la boca para preguntarle cuál era su impresión de aquel interrogante, continuó como si supiera de antemano mi pregunta.:

Su sentencia fue realmente como un disparo, una bengala en una noche cerrada, una verdadera flecha que se incrusta en mi cerebro y estalla: una revelación.

Concordé y nuevamente asentí, luego agregué: -En estos rostros de desmesurada alegría, se aloja un siniestro brillo, que al mismo tiempo es apagado, pálido, como el brillo de la luz de la luna, inclusive sus modales transitan el delgadísimo límite entre lo exageradamente correcto y lo grotesco, cual si fueran mimos o payasos, ya bufones cuando cotejan desmedidamente a su amo, su rey.

Discutimos y estuvimos de acuerdo sobre este o aquel punto del tema que nos tenía ocupados ya casi más de media hora (término promedio que merece un tema importante entre nosotros, ya que no hay casi nada que merezca mayor atención). Lo que no pudimos fue encontrar razones más o menos contundentes o convincentes sobre el eje de aquel malestar compartido entre ambos, y del cual no encontramos ni el menor rastro de complicidad entre los demás convidados de aquella cena.

Transcurrió la noche y creo que entre las confusas conjeturas que pudimos ir inventando, unas pasaban por imputarle aquellos exagerados ademanes de su personal a la política de la empresa, ese tipo de poética empresarial que trata de demostrar que como en diez países con la misma política han triunfado, en los demás países debiera triunfar con idénticos resultados. Sin dudas un muy fuerte argumento, pero lo que este tipo de política no ha tenido en cuenta es que fuera de sus países se encuentran otros con diferentes culturas, costumbres, y muchas veces con diferentes constituciones políticas, a lo que no han hecho ningún reparo si era necesario cambiarlos para adecuarlos a su forma de comercialización cuando fuere necesario. Es, como decía, un fuerte argumento, pero toda argumentación debe contemplar aquellas pequeñas peculiaridades de cada lugar, los sistemas debieran adaptarse al lugar y a las personas y no al revés. El hombre, dicen, es la medida de todo, no porque sea popular y económico y contenga todas las propiedades alimenticias necesarias, vamos a adoptar la costumbre de comer hormigas como en algunas tribus africanas.

De aquel tenor fueron las consideraciones, que a pesar de interesantes, coincidimos en que no nos habíamos acercado al eje central del tema en cuestión.

 

 

Capitulo 2

 

 

La calle Pueyrredón es una espléndida avenida para salir a pasear, sobre todo cuando el calor se apodera de la ciudad y doblega nuestro espíritu.

Una de esas noches, estando por ir a dormir, elegí sin embargo salir a pasear y como era una de esas noches calurosas, casi sin darme cuenta me dirigí hacia la bella Avenida Pueyrredón, donde pude deleitarme con la cálida brisa del Río de la Plata.

Nunca supe que mis pasos me llevarían a aquel Café bar al cual concurrimos meses atrás y del cual no nos habíamos llevado muy buena impresión.

No habíamos vuelto a ir, y aunque hiciéramos mención reiteradas veces sobre el asunto que nos ocupó aquella noche, no avanzamos en lo más mínimo sobre las razones de nuestra sensación de malestar que percibimos ambos.

Ahora mi entrañable amigo había viajado al fantástico país del norte, en misión laboral, razón por la cual no contaba con su imprescindible companía.

Era temprano y el Café bar estaba semidesierto, en ese intervalo en el cual de un momento a otro, muda del expectante silencio al ruidoso murmullo constante, ese momento que de una presunta tristeza se pasa a una también presunta alegría, de música suave a una más rítmica, de encuentros y también de algunos desencuentros.

Escojo un lugar en la barra del Café bar en lugar de una mesa, ese lugar que es de reserva exclusiva de las almas solitarias, ordeno un Campari con naranja, prendo un cigarrillo mientras me sirven una importante picada de mariscos. Mientras tanto la gente comienza a entrar y a ocupar las mesas, el bullicio se desata por fin, y de repente, entre tragos, cigarrillos y algunas meditaciones, el bar se llenó.

Esta noche se me representa, como aquella con mi amigo Luis, la misma película; o sea aquella misma sensación de malestar, que llegaba a deprimir en lo más profundo del alma mi corazón. La sensación en ambas oportunidades fue prácticamente la misma, solo que esta vez pude, casi sin darme cuenta observar algo que la vez anterior se nos había negado develar, aunque estuviéramos muy cerca. En pocas palabras, estabamos presenciando un fenómeno que al principio se nos ocurrió provenía del personal de aquel bar, pero que ahora advierto proviene de todos los concurrentes del bar, o sea de los clientes también. Esto vendría a explicar aquella sensación mía de desamparo ante la mirada complaciente de los concurrentes, no demostrando la menor intranquilidad o el menor malestar ante aquel ambiente que a mi y al menos a mi compañero se nos antojaba como hostil. Hoy caigo en la cuenta de que ese sombrío desasosiego proviene de parte de los clientes también, y que mi falta de conexión con el medio ambiente, o sea esa falta de respuesta, esa falta de comprensión mutua a través de las miradas se debía a la sencilla razón de que nadie iba a compartir aquello por lo que estaban gozando; eran sin dudas partícipes del mismo juego del que nosotros no estábamos invitados a participar.

Hay en ellos, no me incluyo por supuesto, una fraternal confraternidad, una especie de convención en la que los demás no tienen participación, es un estrecho vínculo donde diferentes tipos de señas, gesticulaciones, minúsculos ademanes, formas de hablar, algunas palabras nuevas constituyen un verdadero y completo dialecto, donde un extraño se podría considerar un analfabeto. Sin dudas, allí yo era un perfecto extraño, un astronauta en la cola para viajar en el metro, un mono entre perros.

Esta idea estaba merodeando en mi cabeza, entre el alcohol y el humo, entre el bullicio constante y la música ahora machacante, entre mozos que transportan acrobáticamente sus bandejas entre el laberíntico trazado de mesas y gente; y sin embargo persistía caprichosamente, casi no me dejó en paz mientras estuve en el bar, y lo que aún es mucho peor, que me acompañaría por varios días más. Mis ojos, librados al azar, iban percibiendo todo aquello y confirmándome luego lo que ya era un hecho, esa gente participa del misterioso juego del bar.

Lo que siguió es parte del azar, esa zona a la que adjudicamos todo lo que no podemos explicar de una forma más o menos razonable. Inexplicablemente llamé al barman y le dije:

"Hace un tiempo estoy buscando trabajo, pensé que podría presentar mi curriculum aquí.

Sin la menor mueca de sorpresa, lo observé con los ojos clavados en los suyos con el fin de adivinar, si me era posible alguna seña fuera de lugar, o si me contestaba con franqueza o con alguna evasiva, y con la habitual cordialidad a que ya me habían acostumbrado dice: "Es que ahora mismo no va a poder ser atendido, pero podría usted pasar por aquí durante la semana, que lo van a atender con gusto"

Así que me marché de aquel lugar, un tanto turbado, tratando de buscar una explicación más acabada de lo que sucedía en aquel lugar que se me hacia muy extraño, algo que explicara lo que sucedía allí y también el por qué de mi malestar.

Volví caminando por la iluminada Pueyrredón, hablando con mi amigo Luis, pues uno cuando está solo habla con sus seres queridos, y no existía alguien más adecuado que él para ayudarme en este momento en aclarar estas dudas.

 

Capitulo 3

 

 

Hoy es sábado, y además un espléndido y radiante día primaveral, de esos en los que saber que se está vivo y se respira reconforta plenamente el alma.

Eran de esos días que se inventaron alguna vez para el regocijo y purificación de nuestros cuerpos, y no debía desperdiciarlo. Con todo decidí respirar nuevos aires en el campo, así que tomé un bus hacia la casa de mis padres.

Esta historia cobra cierto interés o relieve, no tanto por los hechos como se iban sucediendo, que sueltos no valen siquiera el recuerdo de haber vivido, sino por el final que es al mismo tiempo una revelación y que justifican de alguna manera estas fútiles anécdotas.

Durante el fin de semana, en la casa de mis padres, dediqué mi tiempo libre a la lectura y al apacible descanso bajo algún árbol y a dejar correr las lentas y prolongadas horas de la caída del sol.

Muy bien conocía yo la que de chico veía como gigantesca biblioteca y que hoy con el paso del tiempo se había ido como encogiendo, aunque mi cariño no hubo de disminuir. Ella, la biblioteca, fue la encargada de mostrarme el mundo, era como una gigante ventana donde alguien puede espiar el planeta, meterse en él, participar de algún debate ajeno, viajar con algún pirata o ser un asesino a sueldo o millonario o un rey de algún país olvidado o lo que se quiera. Y allí estaba yo, buscando alguna lectura que me hiciera rememorar esas aventuras inventadas de mi niñez. No tardé mucho en hacer un buen repaso de mis primeras lecturas, entonces fue cuando decidí dirigirme al sótano en busca de algún otro material que hubiera quedado invisible a nuestros ojos y que permaneciera en el recuerdo lejano de la conciencia.

Así fue como me encontré abriendo y cerrando baúles que habían estado cerrados por años, sacando tierra, levantando mantas que intentaban cubrir de la tierra a los objetos más curiosos. Lo que se encontraba allí, mayormente eran lámparas viejas que nadie se atrevería volver a usar por su mal gusto, baratijas de todo tipo, libros de pésima edición y contenido aún peor, pero que nadie se había atrevido a darles mejor destino, en este caso la basura, pues era una forma de destruir el pasado. Todo este escombro no servía para nada, o casi nada, pero había pertenecido al abuelo, y como dije era como atentar contra el recuerdo o la buena memoria del pobre viejo. Sin embargo, de entre todo ese escombro rescaté unos cuantos libros que me habían parecido podían tener algún interés, un par de anteojos muy viejos, una pequeña lupa de bronce con estuche y un atril en considerable buen estado.

Leí, después de limpiarlos, sobre el contenido de aquellos libros y me detuve especialmente en uno, no porque aparentara ser bueno, sino porque no tenía ninguna información sobre el autor o la obra, hecho que invariablemente provoca curiosidad. Así que lo separé y comencé a leerlo.

Su autor, por su nombre debió ser holandés, aunque no conseguí ningún dato adicional y, por lo demás, después de haberlo leído, juro no volver a ocuparme o interesarme sobre esta obra.

De esta completa y documentada obra solo revelaré lo mínimo, únicamente en la medida que sea necesario e indispensable para el relato, por lo demás ustedes pueden buscar por sus medios más información, si lo creen conveniente.

En pocas palabras, se trataba de la investigación minuciosa y detallada de cierta secta generada en una región africana suficientemente retirada como para que nadie pueda estorbar su práctica y para el anonimato de sus fieles. No se sabe si fueron corriendo, al estilo nómade, sus moradas con el empuje de la colonización blanca o si siempre ocuparon aquellas tierras tan aisladas.

Otros datos que surgen de este libro nos hablan de su antigüedad, que con certeza vienen profesando su devoción desde mucho antes de que los europeos pisaran sus tierras. El historiador nos refiere los nombres de algunos colonizadores que dejaran en sus memorias como uno de los puntos más terribles de sus odiseas. La leyenda dice que nadie que se entrevistara con algunos de estos indígenas vio amanecer nuevamente. Y como las leyendas alimentan tanto a las almas más imaginativas como a las más sobrias, otros fueron agregando más condimentos, aún más tétricos, con lo que se hace difícil distinguir lo que realmente sucedió de lo que es inventado. La leyenda dice pues que como que aquellos colonos que no volvieron continuaron viviendo bajo las órdenes del dios de aquellas tierras del fin del mundo, dicen también que se fue creando un estado de blancos convertidos y adoradores de este dios salvaje y además, que los fue utilizando para enviarlos al mundo civilizado, así de esta manera, por un lado conseguían más adeptos y por otro vengaban a aquellos que los hubieran traicionado.

Básicamente profesaban el mal como fuente de todo su universo. El alma y el cuerpo no sirven para otra cosa que para entregarlos devotamente a su salvador, del cual me voy a guardar su nombre, y no existe, para su concepción nada más allá que el ser supremo del Mal, su salvador, y cualquier intento que esté fuera de su conocimiento es considerado traición.

La muerte era lo máximo a lo que aspiraban ellos, y la vida no tenía finalidad si no se empleaban todas las fuerzas para producir la maldad, puesto que era la forma más directa de alcanzar la muerte, y así redimir sus almas. Por ello vivían en continuas orgías, rodeando el fuego del mal y sin tiempo apenas para dormir y comer; no existía el concepto de familia y ni siquiera el de hijo, pues una vez nacidos se tiraban en una habitación con otros tantos niños, por ello el historiador, en su investigación antropológica de esta tribu da cuenta sobre las concurrentes deformidades en niños recién nacidos.

El único visible, sin embargo, de esta completa obra, es su máximo profeta, descendiente de la única familia, y más antigua, de los reyes profetas y todopoderosos, únicos detentadores del máximo poder, y el libro nos ofrece una imagen bastante particular, un retrato, del que si creemos en la autenticidad del autor con respecto a la imagen que creó, se trataría de una de las caras más perversas alguna vez imaginada, casi animalesca, con recortes de sus curvas tan caprichosas que hace poner la piel helada, y con la mirada más glacial que alguna vez se me haya ocurrido imaginarme.

Ya no diré una palabra más de esta pretendida secta diabólica, solo que lo mejor que nos puede pasar es no conocerla, escapar a la tentación de nuestra primera intención que es el saber, el conocer lo desconocido, lo lateral, lo que está más allá de nuestro conocimiento, y dejarlo que se vaya lejos. No necesitamos mucho para encontrarnos ante estos demonios, demasiado malvados para nuestro tipo de personalidad, están ahí nomás, en el límite de nuestras vidas, nos acercamos cuando el abismo se agranda, ese límite el cual todos conocemos pero que nunca atravesamos, porque es el límite de nuestros miedos, el miedo a nosotros mismos, del terror a lo desconocido. Y la senda es de lodo, como un gigantesco agujero circular resbaladizo, de donde ya no podemos volver.

El hecho de conocer esta malvada secta de lunáticos, es también la imposibilidad de volver a la normalidad de nuestras vidas, al amor, a las cosas cotidianas, al resplandor de los días soleados, porque una vez que se accede a los dominios de esta perversidad, esa zona del conocimiento, no se puede volver atrás, pues lo inverso sería la ignorancia de aquello que ya conocemos y por el cual hubiéramos naufragado, y sería imposible. Lo es.

 

 

Capitulo 4

 

 

El lunes desperté maravillosamente bien. Me sentía de muy buen ánimo, a pesar de que es el peor día de la semana. Rápidamente me puse en condiciones, desayuné mientras elegía uno de mis curriculums, ya que tengo para elegir según la ocasión y me dirigí hacia aquel bar. En la salida, Luis, el encargado me entrega correspondencia que guardé entre mis cosas.

Lo inesperado apunta a dejarnos fuera de situación, fuera de juego, sin aliento, puesto que es su propia esencia. Aunque esta vez me voy a arriesgar a decir que el vasto universo juega con un número infinito de cartas, y en este universo que habitamos encontramos a personas precavidas, que conocen lo inesperado, y las inadvertidas, que viven sorprendiéndose. Sin embargo hay situaciones que van más allá de nuestro entendimiento y suelen dejar al más precavido e inteligente de la raza humana sin aliento, puesto que a la vida le gusta las simetrías, pero también le gusta las variaciones, las imperfecciones, en definitiva le gusta jugar con lo inesperado.

Cuando llego a la oficina, en lugar y horario que había convenido, la voz femenina del aparato receptor me indica que pase. Cuando ingreso a la secretaría, dándome la espalda estaba un señor que cuando gira la cabeza reconozco una cara casi familiar, pero que me fue imposible descifrar. Sabía que en algún remoto lugar de mi memoria se alojaba la respuesta pero por más que me forzaba no podía recordar. Dejé de forzarme para saludar. Él me despierta como con un balde de agua de mi paseo por el tiempo:

"El Señor Ramírez, vaya que sorpresa"

Yo estaba por de más de sorprendido, pero me mantuve con la seriedad y la línea que el momento se merece. No quise dejar que el azar de lo inesperado me dominara la conducta. Dije todavía sin poder saber con quien estaba tratando.

"Hace años..." En realidad no sabía si eran años o algunos instantes atrás, tal era mi confusión. Me interrumpió.

"Mi viejo compañero de estudios", le indica a la secretaria.

Ahora, como volviendo a la realidad, mi gastada memoria me pone al día. Se trataba, efectivamente, de un viejo compañero de estudios secundarios, y lo primero que me acuerdo de dicho personaje era su mal carácter. Era de esos compañeros que siempre figuraban como uno más, y que nunca se lo llegaba a conocer bien. Lo que más recuerdo es su mal temperamento. Esto se debía, sin embargo, a nuestras reiteradas bromas que le jugábamos, luego un día dejó el colegio y nadie más supo de él.

"¿Solamente es que vi que se ha instalado este magnífico local en la ciudad y pensé que tendría la oportunidad...?

"Ningún problema", dijo, dio unas rápidas indicaciones a la secretaria, me trajo un formulario que debía llenar y mientras yo me ocupaba de aquello me dijo que volvía en unos instantes.

Allí, solo, tuve un tiempo y me quedé tratando de reconstruir mi memoria, con mi mirada fija en la pared completamente blanca. Mi vista se perdió en algún punto de esa inmensidad de la blancura, y comencé a naufragar en mi ahora turbada cabeza. Allí, mientras llenaba la ficha-curriculm que me había entregado, que al mismo tiempo es una planilla que jamás nunca nadie leyó, con la excepción por supuesto del titular, que para él encierra en uno de esos casilleros donde se marca con una cruz, todas las alegrías, penas, momentos gratos y de miedo. Está todo allí, y para mí en aquel momento fue como encender la llama del pasado amenazando con hacerse presente y real.

Fue entonces, en ese momento cuando caí en la cuenta de que era Juan con quien me había encontrado, muy avejentado para nuestra edad, un tanto encorvado, pero Juan sin dudas. Lo que más me acordaba, ahora, era como dije, su mal carácter, y también nuestras bromas hacia él por su pertenencia a unas creencias bastantes particulares, inclusive se negaba, sus padres se lo prohibían, de participar en la oficial, en la que todos participábamos bastante activamente. Todo aquello había redundando en su carácter invariablemente taciturno y su soledad estricta y continuó en esos tópicos hasta que un buen día desapareció del espacio, cosa que no llamó mayormente la atención. Yo, hube de acercarme un par de veces para conversar con tal extraño personaje, no tanto por curiosidad sino por que semejante encierro me producía un poco de culpa, me ponía en situación del acusador, la del carcelero con su prisionero, y también un poco de pena.

Lo mío fue una actitud sincera, y no supe que con aquello me iba a ganar su respeto, de esos respetos que perduran inamovibles en el tiempo, y que se traducen en un simple gesto, un saludo de honor imperceptible y del que solo él y yo éramos partícipes y únicos testigos.

De repente, mi vista focaliza la pared, mi mente toma conciencia de la realidad y del momento actual, después de ese pequeño viaje en el cual me había transportado. Y de repente comienzo a experimentar la sensación aquella a la que este local ya me estaba acostumbrando, pero esta vez el malestar se me producía sin gente alrededor e inclusive era aún mayor, comencé a sudar en el frío ambiente con acondicionador de aire. Vuelvo al papel, levanto la vista nuevamente hacia la blanca pared y allí donde hace instantes me había perdido en las profundidades del blanco profundo, mis ojos ven lo que mi mente todavía no podía aceptar como cierto, como creíble; allí en ese pulcro blanco y con un marco muy refinado estaba la imagen maligna de aquel sacerdote africano, apuntando sus ojos terroríficos hacia mí, o lo que es lo mismo hacia el centro de la habitación, pero que sin embargo era yo en ese momento el observado, el espiado, el vigilado.

Aquí me detendré en el relato, quizás pueda agregar que me marché sin dejar ni el formulario ni mi curriculum, incluso antes de que volviera mi compañero.

Como dije, esta historia pudo haber continuado, si hubiera querido seguir hurgando dentro de caminos no tan conocidos, y les aseguro que no es la cobardía la que hizo que ese día me alejara. Quizás hubiera llegado muy lejos, pero de donde ya no se vuelve, incluso ustedes pueden continuarla, los desafío.

Salí de esa oficina con pasos acelerados hasta la esquina donde doblé así no podían verme, por si a Juan se le ocurría seguirme.

Caminar es bueno para el pensamiento, sobre todo cuando estamos confundidos, así que emprendí mi vuelta a pie, intentando acomodar mis pensamientos que parecían haber soportado el centrifugado de una lavadora. Recuerdo que en mi bolsillo llevo una carta, que seguramente debe ser un recordatorio de que debo las tres últimas mensualidades del agua más un bonito deseo de FELICES FIESTAS. Me sorprendí cuando veo que en realidad se trataba de una carta del siempre presente Luis de León.

Busco un buen bar para desayunar y abrir la correspondencia. Su carta, a diferencia de lo que esperaba, fue nuevamente reveladora, y otra vez sucedió lo inesperado, lo que no me podía imaginar jamás, Luis me envía unos cortos saludos y una advertencia: "No vuelvas por aquel bar" me dice, creo que tu solo ya habrás resuelto la incógnita que nos atormentaba de ese bar, si no es así, aléjate, yo sé lo que te digo, y como estoy seguro de que ya te habrás encontrado con tu amigo Juan, no sigas viéndole, es peligroso, dicen que es un asesino que utiliza los favores de una extraña secta para llevar acabo sus más perversos cometidos; que cómo sé todo esto ya te contaré, y se despidió.

Nuevamente me vi superado por las circunstancias, aunque no es sorprendente de Luis de León, esta vez si me sorprendió porque yo me lo hacia fuera juego, a diez mil kilómetros de distancia, sin embargo sus brazos son demasiados largos como para llegar tan lejos. Seguramente, acosado por la misma curiosidad que de alguna manera me envolvió a mí, él fue a investigar si sentía la misma sensación en algunas de las sucursales de esta gigantesca cadena en EE.UU. . El resultado, a la vista, hubo sin dudas de averiguar algo mucho más acabado que lo que yo logré.

Continuando con mi caminata de regreso, no pude dejar de lado la sensación de que mi viejo amigo Juan se convirtiera en mi asesino, intenté conjeturar cual hubiera sido mi final si me quedaba esperando, intenté imaginar su preparación de mi final con inmenso placer en sus facciones asesinas, recordé aun su débil apretón de su mano criminal.

De cualquier manera, y no importa qué hubiera sucedido si yo me quedaba ese día, Luis León y yo ya no volvemos por aquel bar.

Y no es superstición ni nada parecido lo que nos inclinó a esa decisión, ni el terror a los gatos negros con sus maléficos ojos brillando en la oscuridad. Hay ensordecedores aullidos y tenebrosos lamentos que surgen de la tierra en noches tormentosas. Solo Dios, fuente de toda sabiduría, solo Él SABE.-

 

 

PABLO CRISTIAN INSÚA

15/2/96