MARCELO PICHON
RIVIERE
NARRADOR,
POETA, ENSAYISTA, GRABADOR Y DIBUJANTE. ESTAS SON ALGUNAS DE LAS FACETAS DEL NUEVO PREMIO
NOBEL DE LITERATURA, TAMBIEN CONOCIDO EN TODO EL MUNDO POR SU COMPROMETIDO PENSAMIENTO
POLITICO
|
Günter
Grass es uno de los grandes narradores de este fin de siglo, uno de los que mejor encarna
ese cruce de caminos que eligieron los novelistas para captar la vasta y cambiante
realidad de la posguerra. Porque las novelas de este alemán nacido en Danzig (Gdansk), en
1927, son relatos que ponen en juego sus ideas, sus impiadosas reflexiones sobre el pasado
y el presente de Alemania. Desde El tambor de hojalata, publicada en 1959, su obra
se ha convertido en un lacerante testimonio de un país desgarrado por las dramáticas
circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, los horrores del nazismo y la drástica
división de su territorio.
El 30 de setiembre, Grass se enteró que había ganado el Premio Nobel de Literatura 1999
en su casa de Behlendorf, cerca de Lübeck. Luego de recibir la buena noticia, fue al
dentista, porque señaló que "la vida continúa". "Esta vez me tocó a
mí", dijo, y se mostró feliz de recibir el premio a los 71 años. "Hoy puedo
convivir alegre y serenamente con esto". "Es como si hubiera dado a la
literatura alemana un nuevo comienzo luego de décadas de destrucción lingüística y
moral", afirmó la Academia Sueca en su fundamentación del premio.
Los comienzos de Grass estuvieron muy lejos de la prosperidad. El original de El tambor
de hojalata fue escrito, luego de una vida pobre y vagabunda, en un sótano en París,
tan húmedo y lleno de gas carbónico que contrajo una tuberculosis. "Con una
exactitud mucho mayor que los procesos de escribir mismos, recuerdo el cuarto donde
trabajaba: una agujero húmedo de la planta baja, el cual debió servirme de estudio para
las esculturas empezadas, que estaban desmoronándose desde que comenzara a poner por
escrito El tambor de hojalata. En cuanto el trabajo con el manuscrito se estancaba,
salía por carbón, con dos cubetas", evoca Grass en un texto incluido en su libro Ensayos
sobre literatura.
Una de las emociones mayores de la escritura de la novela se la deparó un viaje a Polonia
en la primavera de 1958, para reconstruir la heroica defensa del Correo polaco en Danzig,
contra tropas alemanas. El retorno a la ciudad natal, que había vuelto a pertenecer a la
nación polaca con la rendición de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, le permitió
reencontrar su infancia. "En Gdansk recorrí los caminos escolares de Danzig,
conversé con hospitalarias lápidas en los cementerios, me senté (como cuando era un
alumno) en la sala de lectura de la biblioteca de la ciudad. En Gdansk era un desconocido
y no obstante volví a encontrar todo, en fragmentos: balnearios, caminos forestales,
construcciones góticas de ladrillos; además, volví a visitar (por sugerencia de Oskar)
la Iglesia del Corazón de Jesús: el viciado aire católico." El éxito de la
novela, en 1959, que hizo famoso también a su personaje Oskar Matzerath, lo tomó de
sorpresa. Su vida cambió para siempre.
En una entrevista publicada semanas atrás en este suplemento, el notable narrador
estadounidense John Irving dice: "Es posible que El tambor de hojalata sea la
mejor novela jamás escrita acerca de la Segunda Guerra Mundial y, desde luego, es la
mejor desde una perspectiva alemana, y cuando Grass expuso la Alemania de la Segunda
Guerra Mundial a sus compatriotas, éstos, como el resto del mundo, lo amaron y admiraron.
Pero la penetrante mirada de Grass se posó luego en la Alemania contemporánea y realizó
un profundo análisis histórico y psicológico de lo que hace a los alemanes... en fin,
tan alemanes. Ahora a los alemanes no les gusta oír lo que les dice este autor; quieren
que deje de castigarlos con sus visiones. Que todo lo que predijo sobre la reunificación
alemana haya resultado ser cierto... Bueno, como es lógico, eso tampoco lo hace muy
popular. Es un gran escritor a quien reverencian fuera de Alemania, pero desdeñan dentro
de ella".
Las dos mayores novelas de Grass son El tambor de hojalata y El rodaballo,
publicada en 1977. También (y esta coincidencia no siempre se da) son los libros de mayor
venta, los textos emblemáticos de un escritor revulsivo. En Conversaciones con Günter
Grass, de Nicole Casanova, Grass cuenta el origen de El rodaballo:
"Empecé el libro inmediatamente después de las elecciones de 1972, ganadas por los
socialdemócratas con un resultado excesivamente bueno, lo que les hizo negligentes,
cansados, perezosos e incapaces de defenderse contra la débil oposición. Entonces noté
que tenía que hacer alguna cosa que no tuviera tanto que ver con la sociedad como
conmigo, con lo que yo puedo hacer, con lo que sólo yo puedo hacer".
Ese efecto liberador es una de las claves para entender la fascinación que El
rodaballo, a lo largo de casi 600 páginas, despierta en el lector. La comida
(también presente en alucinantes escenas de El tambor de hojalata) es uno de los
temas centrales de El rodaballo.
La novela arranca en tiempos de la diosa Aya, que con sus tres pechos alimentaba a los
pescadores, quienes ignoraban que en esa tibieza maternal se realizaba una operación
fundamental de la especie: la procreación. Y finaliza a orillas del Báltico, donde
María habla con el rodaballo (porque se trata de un insólito pez parlante), poco
después de dar puerco con col a los obreros en huelga de los astilleros Lenin, minutos
antes de los disparos de la Milicia Popular de la República Popular Polaca.
Con el dinero que ganó con esta novela, Grass creó la fundación Alfred DÌblin, para
impulsar una corriente de la literatura que denomina novela europea, que no se limita a la
novela psicológica o a la novela de acción, según el esquema inglés de plot and
action (argumento y acción), y cuyos orígenes se remontan a la novela picaresca
española, se desarrolla en Francia con Rabelais, encuentra nuevas resonancias en los
autores barrocos alemanes, especialmente en Johann Jacob von Grimmelshausen, tiene
derivaciones en Inglaterra con Tristam Shandy de Laurence Sterne, vuelve al dominio
alemán con Goethe y Jean Paul, se desplaza a la lengua inglesa en Joyce y Dos Passos y se
reinstala en Alemania con DÌblin.
Autor de Berlin Alexanderplatz (1929), novela fundamental de la Alemania de entre
guerras, DÌblin escribió en uno de sus ensayos: "La novela no tiene nada que ver
con la acción; se sabe que al comienzo ni siquiera el drama tenía algo que ver con ella,
y es discutible que haya obrado bien al comprometerse en tal forma. Simplificar, enderezar
y ajustarse a la acción no es cosa del poeta épico. En la novela hay que amontonar,
acumular, revolver, empujar; en el drama, el actual, reducido pobremente a la acción,
obsesionado con la acción, se dirá: adelante. Adelante no será nunca la consigna de la
novela".
Estas palabras parecen escritas por Grass: él es un maestro de las incesantes
digresiones, de las ramificaciones interminables de la trama, de la irrupción de escenas
de pesadilla en medio de un contexto realista. Grass nunca dice adelante, tampoco. Sigue
de largo página a página y el lector, fascinado o abrumado, debe seguirle el paso. En El
tambor de hojalata, Años de perro (1963), El rodaballo, La ratesa
(1986) y Es cuento largo (1995) ese proceso de acumulación y amontonamiento llega
al paroxismo. No hay respiro cuando uno ingresa en una novela épica.
En novelas breves, El gato y el ratón (1961), Encuentro en Telgte (1979) y Malos
presagios (1991), el tono desmesurado se atenúa, pero en ningún momento el argumento
y la acción dominan la trama; digresiones, reflexiones, reiteraciones buscan dar el
efecto de un cuento de nunca acabar, más allá de la extensión del libro.
En el verano europeo de 1994, en la terraza del Hotel Felipe II, en El Escorial, durante
unas jornadas dedicadas a su obra organizadas por la Universidad Complutense de Madrid,
entrevisté a Grass. Acababa de despedirse de un grupo de gitanos, que habían ido a
agradecerle las palabras de Discurso de la pérdida, pequeño libro sobre temas de
racismo, que el escritor cedió a la editorial Presencia Gitana. La primera pregunta que
le hice estaba referida a ese vaivén de novelas largas y cortas y le pregunté si ese
vaivén era deliberado. "Cada uno de mis novelas largas está marcada por los
acontecimientos de una determinada década. Por ejemplo, El tambor de hojalata es
típico de la literatura de los 50; Años de perro es paradigma de los 60; El
rodaballo recoge todos los conflictos de los 70; La ratesa despliega los
problemas de los 80. En estos momentos estoy trabajando en una novela que tendré
terminada el año próximo, y me atrevo a decir que será un libro típico de los 90.
Estas novelas de tono épico trato de trabajarlas durante un lapso de tres a cinco años.
Y tiene usted toda la razón: de vez en cuando intercalo una novela corta para recuperarme
del esfuerzo; es una especie de terapia".
Esa novela larga en preparación era Es cuento largo, que arranca en la revolución
de marzo de 1848 y culmina con la caída del Muro de Berlín, la unificación, y el
desencanto de esa Alemania nuevamente unida en lo formal, pero dividida más que nunca en
lo profundo, con sus territorios centrales de riqueza y los marginales de pobreza y
desocupación.
En ese mismo mediodía, en la apacible y soleada terraza, dijo: "Yo escribo de pie,
nunca sentado. Encima del atril donde escribo tengo dos grabados, que pertenecen a Los
caprichos de Goya. Lo que yo aprecio en Goya es sobre todo su realismo, pero al mismo
tiempo considero que es un realismo fantástico. Es decir, él mezcla la fantasía con la
realidad, y me parece que es un maestro haciéndolo. Y yo, desde luego, siempre que
empiezo a escribir miro estos grabados, que son una especie de advertencia."
Novelista, poeta (en ese homenaje en El Escorial se presentó la primera versión al
castellano de sus poemas), ensayista, escritor político (redactó muchos discursos de
Willy Brandt), grabador, dibujante, escultor, Grass fue, en su juventud, un músico. En
una entrevista, contó: "Tocábamos música dixieland y eso me permitía ganarme la
vida. Y a esa actividad musical le debo uno de los momentos más felices de mi vida, entre
1949 y 1950. Louis Armstrong estuvo en Düsseldorf para un concierto después del cual
vino a caer en el bar en el que nosotros tocábamos. Nos oyó y al parecer le gustó,
porque pidió que le fueran a buscar su trompeta y acabó tocando con nosotros".
Esa felicidad estaba presente en El Escorial. A las dos o tres de la madrugada se
escuchaban las risotadas de Grass, en la terraza, cuando volvía de alguna incursión por
el pueblo, y se demoraba allí hasta las cuatro, mientras Miguel Saénz, su traductor, y
otros españoles se desplomaban en sus sillas, abrumados por la vitalidad del gran
escritor alemán.
|